El cuerpo humano, generando sonidos por medio de las vías
aéreas superiores vocales y percusivos, fue, probablemente, el primer instrumento.
Sachs1 y otros han especulado sobre la capacidad del Homo habilis de agregar sonidos de modo idiofónico a
impulsos de expresión emocional motriz como la danza, empleando diversos medios como piedras,
troncos huecos, brazaletes, conchas y dientes de animales.
Excavaciones
arqueológicas y demás han encontrado aerófonos de filo (flautas) de
hueso de treinta mil años de antigüedad. Resulta evidente que algunos aerófonos
producen sonido por la acción natural del viento (sobre cañas de bambú), ofreciendo el fenómeno sonoro al observador
casual. Asimismo, otros aerófonos como los cuernos de animales, por el volumen
de los sonidos producidos, pudieron ser y fueron empleados como instrumentos de
señales sonoras para la caza. La gran cantidad de instrumentos musicales de
viento, cuerda y percusión encontrados en excavaciones arqueológicas de todas
las grandes civilizaciones antiguas y la extensa documentación pictórica y
literaria coinciden con la gran importancia que la música ha tenido siempre
para el ser humano. En tiempos del Egiptoptolemaico, el ingeniero Ctesibio de Alejandría desarrolló el órgano
hidráulico o hydraulis,
destinado a producir melodías con gran volumen sonoro, que podía ser empleado
en funciones circenses al aire libre.
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